El 30 de octubre de 1983 la República Argentina recuperaba su vida democrática, dejando atrás, por fin, una etapa dolorosa, de resistencia y retrocesos. Costó reconstruir la democracia en medio de diversas dificultades, y sublevaciones de un sector militar que lograron contenerse. El pueblo no quería más golpes y salió a defender la democracia hastiado de proscripciones, liberalismo, veda de derechos, desapariciones… Ansiaba volver ejercer todas las libertades constitucionales.

A 42 años de un acontecimiento imborrable, tengamos presentes las palabras de José “Pepe” Mujica: recuerden la fecha y cuiden lo que tienen. La democracia no es perfecta porque los humanos no somos perfectos, pero hasta ahora es el mejor sistema que tenemos”.

La permanencia de la dictadura, que arrastraba consigo una honda crisis económica y social, sumado al resultado de la Guerra de Malvinas y la resistencia de sindicatos, organismos de derechos humanos y movimientos populares, se volvió insostenible. Por eso, al Gobierno de facto no tuvo más alternativa que allanar el camino a una salida constitucional, y el 12 de julio de 1983 llamó a elecciones generales para el 30 de octubre de ese año.

El 18 de agosto se lanzó la campaña electoral y poco después, el 22 de septiembre de 1983, se promulgó la ley de Pacificación Nacional, que no era más que una ley de autoamnistía para extinguir “las acciones penales de los delitos cometidos (…) entre el 25 de mayo de 1973 hasta el 17 de junio de 1982”. Raúl Alfonsín (uno de los fundadores de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos), dijo que la vetaría si era presidente. Y así lo hizo luego de asumir: la derogación de esa norma fue la primera ley aprobada por el Congreso tras la recuperación de la democracia.

La sociedad argentina de 1983 era distinta de la que el golpe de 1976 privó de la posibilidad de expresarse. Se llegó a las elecciones sin un claro favorito. Las encuestas no eran tan comunes como hoy y la competencia se establecía en otros aspectos. Las campañas eran multitudinarias y los actos de cierre constituyeron acontecimientos en sí mismos. La UCR, el 26 de octubre, y el PJ el 28, convocaron en la 9 de Julio, frente al Obelisco, a más de un millón de personas cada uno, una cantidad impensada para las campañas actuales.

En la apertura de su último discurso como candidato, Alfonsín expresó: Argentinos: se acaba… se acaba la dictadura militar. Se acaban la inmoralidad y la prepotencia. Se acaban el miedo y la represión. Se acaba el hambre obrero”.

Eran tiempos donde la apetencia de participación política se diseminaba en las calles, en las esquinas se discutía política, historia, filosofía. En los medios de comunicación afloraban los debates; la censura aflojó y se oyeron por fin las voces que las generaciones más jóvenes no habían podido conocer. Los artistas le cantaban al pueblo y a la democracia. Los partidos políticos salieron a la luz del día y abrieron locales partidarios por doquier. En las canchas, en los boliches, en las marchas se cantaba “Paredón. paredón, a todos los milicos que vendieron la nación”.

Jornada histórica

Doce fórmulas presidenciales se presentaron aquel 30 de octubre. Las más destacadas fueron la Lista 3 de la UCR, con el binomio Raúl Alfonsín-Víctor Martínez; la Lista 2 del Partido Justicialista, con Ítalo Luder-Deolindo Bittel.

La vuelta a las urnas tuvo una contundente participación ciudadana: votaron algo más de 15.350.000 argentinos de los casi 18 millones que estaban en condiciones de sufragar. Debían cubrirse 14.512 cargos electivos, entre ellos 254 diputados y 46 senadores. En rigor, la Constitución que regía entonces establecía que el voto a presidente era indirecto, se votaba a 600 grandes electores que debían reunirse y decidir quién ganó; salvo que alguno de los candidatos obtuviera la mayoría absoluta, que fue lo que finalmente ocurrió al obtener Alfonsín-Martínez 318 electores, el 51,75% de los votos, mientras que Luder-Bittel logró el 40,16% de los votos y 259 electores.

Tan sólo 48 horas antes de los comicios se levantó del estado de sitio.

Los miembros de la Junta Militar y el entonces presidente de facto Bignone decidieron adelantar la entrega del mando, que en un principio estaba previsto para el 30 de enero de 1984 y acordó con el presidente electo que fuera el 10 de diciembre, Día Internacional de los Derechos Humanos, tradición que se mantiene hasta hoy.

Luz y Fuerza de Córdoba, que a partir del 3 de noviembre de 1983 inició una etapa de transición conducida por la Comisión Transitoria integrada por los compañeros Racero, Filippini, Contreras, “Cachulín” Álvarez, Fonseca y Avendaño, celebró ese día trascendental para la vida democrática no sólo del país, sino también de las organizaciones gremiales que gradualmente fueron recuperando la democracia sindical.