MADRE DE TODAS LAS BATALLAS

Es mucho lo que se escribe y escribirá sobre la historia de vida de alguien como Nora Morales de Cortiñas, “Norita”:  sus luchas y enseñanzas, se analizan sus palabras y acciones, etc., pero cuando estas personas cierran sus ojos por última vez, aparecen un sinnúmero de publicaciones, y relatos verbales que permiten conocer aspectos que uno desconocía o bien refresca algún recuerdo que nos dejan los grandes seres humanos como Norita.

Por lo antes dicho, sólo me voy a refugiar en los prólogos de Adolfo Pérez Esquivel y de León Gieco, el primero nada más y nada menos que premio Nobel de la Paz y eterno luchador por la defensa de los Derechos Humanos, y el segundo un cantautor, poeta y luchador comprometido con las causas más nobles, propio de alguien que busca un mundo más humano, en donde prevalezca la igualdad entre quienes habitamos este planeta, ambos rebeldes contra las injusticias ejercidas sobre los más débiles.

La idea de tomar este fragmento del libro de Gerardo Szalkowics, como la de transcribir los prólogos, de la misma obra, es una elección pensada por quien escribe y compartida por muchas y muchos compañeros  todos luchadores que por elección comparten la de seguir el camino de Norita cuyo legado es el de mantener viva LA MEMORIA, LA VERDAD y LA JUSTICIA, claro está que esto me eximió de escribir sobre la “Madre de todas las batallas”, no porque no quiera hacerlo sino por no poder trasmitir en un escrito todo lo que siento cuando alguien como Norita pasa a otro plano.

Como lucifuercista, militante y Secretario de Derechos Humanos de nuestra organización sindical, puedo decir con orgullo que Norita en más de una ocasión colmó de lucha y esperanza a nuestra sala Agustín Tosco con su presencia y su testimonio de lucha.

Alfredo Seydell

Gerardo Szalkowics, en su libro, NORITA. LA MADRE DE TODAS LAS BATALLAS, escribe: «Cuando se llevaron a Gustavo mi vida cambió completamente. Salí a la calle a buscarlo y empecé un camino de aprendizaje, de descubrimientos. El encuentro con otras madres, la lucha colectiva, ese círculo de amor por nuestros hijos e hijas, fue lo que me dio la fuerza para salir adelante. En ese caminar fui asumiendo las banderas de mi hijo y entendiendo que si él peleaba contra todas las injusticias yo también debía hacerlo. Esa ausencia, ese dolor que siento todos los días, es el motor de mi compromiso. Por eso estoy en cualquier lado acompañando las luchas contra todas las opresiones; porque, sencillamente, quiero cambiar este mundo injusto. Dentro de muchos años me gustaría ser recordada con una sonrisa y con ese grito que significa todo lo que siento adentro mío: ¡Venceremos!»

PRÓLOGO Por Adolfo Pérez Esquivel

¿Dónde está Norita? ¿En qué galaxia se encuentra? ¿Cuándo regresa? Es casi una constante que Norita esté en Haití, en Turquía, con el pueblo saharaui, en Santiago del Estero, Misiones o Guatemala. El mundo es uno y ella lo abraza con su ternura.

Infinidad de encuentros y marchas en las que se involucra día a día, con su fragilidad aparente, llevando su sonrisa, su fortaleza y su disposición solidaria. Cuando inició la búsqueda de su hijo Gustavo fue comprendiendo que la lucha es de todo el pueblo, y de todos los pueblos del mundo, que todos y todas pertenecemos a la gran familia humana.

Qué bueno que el caminar de Norita se refleje de forma tan clara y emotiva en este libro que Gera da a la luz, porque verdaderamente ella es «la Madre de todas las batallas» que libra/libramos día a día. Y qué importante que quede su testimonio de vida y lucha no-violenta, y ayude a las nuevas generaciones a asumir la defensa de los derechos humanos, a construir una democracia participativa y superar la democracia delegativa, donde los gobiernos hacen lo que quieren y no lo que deben.

Cada palabra de este libro muestra su rebeldía y su hacer en la búsqueda de nuevos caminos de libertad, para que nunca más vuelva el dolor y la muerte a cortar la vida y la esperanza.

Valoro a todas las Madres, pero creo que Norita adquirió una mentalidad distinta, una visión más amplia, de los derechos huma- nos en su integralidad. Sigue junto a las Madres el reclamo histórico por memoria, verdad y justicia, pero también piensa en los indígenas, en los campesinos, en los pobres, en el medioambiente.

La que mejor interpreta todas las dimensiones de los derechos humanos y comprende la importancia de la autodeterminación y soberanía de los pueblos. Además, es una crítica severa de la deuda externa, que es la «deuda eterna», inmoral e injusta y que es otra de las violaciones de los derechos. Desde hace más de veinte años participa de las acciones de Diálogo 2000 y el SERPAJ para denunciar el hambre, el desempleo y la pobreza que provocan las políticas neoliberales.

«Norita, cuidate…». «Sí, sí, me cuido, pero tengo que ir a ver a unos jóvenes que están en huelga y después a los trabajadores de una fábrica que la policía acaba de reprimir». Cuando la reto porque no hace caso, me para y me dice «no protestes, tenemos que acompañar a la gente». Yo siempre la cargo y le digo «vos funcionás con un motor fuera de borda». Ella va y viene por todos lados llevando la esperanza de que otro mundo es posible, de que los 30 mil desaparecidos y desaparecidas están presentes, ahora y siempre, y de que no hay que aflojar en la lucha por la liberación de los pueblos. La define su gran sentido de la solidaridad y su coherencia de vida. Es de una condición humana extraordinaria. Muy sincera, muy directa, dice lo que tiene que decir y no le teme a nada. Su mirada no es de odio, no es de rencor, es de construcción, es de esperanza. Nos ayuda a pensar que hay otra posibilidad de sociedad y de vida.

El pueblo reconoce a esta pequeña mujer, de talla enorme y son- risa permanente, como una compañera extremadamente solidaria, que sin duda va a formar parte de nuestros próceres, de nuestras próceras populares. Así que celebro este libro como un acto de justicia.

¿Y, Norita, dónde te espera la próxima parada de la vida? Estoy seguro, querida hermana, que siempre vas a sembrar en tierra fértil. Hasta la victoria siempre… Venceremos. Un fuerte abrazo de Paz y Bien.

PRÓLOGO Por León Gieco

Las Ausencias son más que primaveras siempre ofrecen flores eternas el amor, lenguaje de la vida lejanía infinita

Las Ausencias aparecen de la nada en cualquier momento del día como un refugio de los sueños victoriosos, perpetuos

Siempre presentes, como el aire al respirar

Las Ausencias que uno no quiso que fueran cumplen años y no envejecen clarividente su última mirada dijo todo, ahora nada

Las Ausencias comienzan con dolor luego el llanto se va mitigando te hace fuerte, te va elevando sobre huellas de salvación

Siempre presentes, como el aire al respirar

Cuántas canciones trae el viento cuántos fanales aquel puerto de los barcos que se van

Cuántos sonidos el silencio la luz fugaz que cruza el cielo como un alma que cae

Solo un buen ausente un buen día sabrá traer un ángel de luz, para un mundo que está en la cruz solo un buen ausente sabrá traer el milagro de ese amor que nos faltó.

«Las Ausencias» (cancion inédita)

Norita Cortiñas ingresando al Auditorio “Agustín Tosco” de nuestra sede sindical
Norita junto a los compañeros Roxana Maldonado y Alfredo Seydell, actualmente Secretaria de Prensa y Secretario de Derechos Humanos, respectivamente



Era la presidenta de Familiares y tenía 92 años

MURIÓ LITA BOITANO, LA SONRISA DEL MOVIMIENTO DE DERECHOS HUMANOS

A los 92 años, murió este jueves Lita Boitano, la militante del movimiento de derechos humanos que tenía la sonrisa grabada en el rostro y los dedos en “V”.

Angela Catalina Paolín nació el 20 de julio de 1931 en Buenos Aires. Su mamá había llegado embarazada desde el Véneto. A su papá biológico no lo conoció. En algún momento, lo describió como el primer desaparecido de su vida. Con el tiempo, su madre formó pareja con Emilio, un albañil laburador que ejerció el rol paterno. Cuando entró al secundario, Lita no escondía su simpatía por el peronismo. Cursó sus estudios en el comercial Antonio Bermejo, en Callao al 600.

Lita se casó a los 20 años con Miguel Boitano. El 19 de diciembre de 1952 dio a luz a su primera hija, Adriana Silvia Boitano en el sanatorio Anchorena. Para 1955, los tres se mudaron al departamento de la calle Mansilla. El 1 de enero de 1956 nació Miguel Boitano.

Adriana cursó Letras y Migue, Arquitectura en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Los dos se relacionaron con la militancia en la Juventud Universitaria Peronista (JUP). A Migue se lo llevaron el 29 de mayo de 1976 –día del Ejército. Lita lo esperó, pero jamás regresó a casa. María Rosa, la novia de Migue, pasó a buscarla. Salieron. Después se enteraron de que una patota había ido a la casa de Lita y se había llevado a un matrimonio vecino.

Lita le avisó a Adriana por carta que Migue estaba desaparecido. Ella estaba casada y vivía en Brasil. Después de una visita de su mamá y de su cuñada, decidió volver con ellas a Buenos Aires. Las tres vivieron en un hotel hasta que lograron alquilar un departamento en Villa Devoto. Lita trabajaba en un consultorio y Adriana se desempeñaba como secretaria bilingüe.

Una tarde agosto de 1976 Lita se quedó sola en el departamento. Adriana y María Rosa salieron.  Ella se bañó y se acostó. En un momento sintió un dolor fuerte en el corazón y una sensación de tristeza la embargó. Para ella, ése fue el momento en que mataron a Migue, su hijo de 20 años.

La militancia

En enero de 1977, una madre –Beatriz “Ketty” Aicardi de Neuhaus– se comunicó con Lita para avisarle que habría una reunión importante en Callao y Corrientes. Allí tenía su sede la Liga Argentina por los Derechos del Hombre (LADH). Al poco tiempo, Lita se sumó a Familiares –que funcionaba en ese mismo lugar. Una compañera le hizo el habeas corpus para reclamar la aparición de Migue.

Recorrió distintas dependencias para encontrarlo. Fue sobre todo a la iglesia Stella Maris –la que está ubicada frente a los tribunales de Comodoro Py. Allí se sometía al sadismo de monseñor Emilio Graselli.

–¿En qué libro estará su hijo, señora? ¿El de los vivos o el de los muertos?

Ella temblaba y el cura le decía: “No lo busque más”.

El 24 de abril de 1977 fue a misa con Adriana. Su hija tenía una cita. Lita le dijo que iba a acompañarla. Adriana presentía que algo no andaba bien y, en el camino, le dijo: “Mamá, yo a lo único que le tengo miedo es al dolor”. La secuestraron frente a los ojos de Lita a pocos metros de Plaza Irlanda.

Al día siguiente, Lita llegó a Familiares con alaridos de dolor. La dictadura se había llevado también a su hija mayor. Ella se dedicó de lleno a la búsqueda y a la denuncia. Dejó el consultorio en el que trabajaba. No aguantaba más simular. No soportaba más escuchar: «Lita sí que no tiene problemas, ella siempre anda con una sonrisa».

Jugarse la vida

Junio de 1978: el Mundial de Fútbol lo tapa todo. Lita y Graciela Lois –una compañera de Familiares– consiguen entradas para el partido entre Alemania e Italia. Las mujeres recorren el Estadio Monumental dejando obleas y volantes que denuncian que la dictadura mata y desaparece. Se meten en la boca del lobo, pero saben que tienen que hacerlo.

A los pocos meses, se hace la tercera conferencia del episcopado en Puebla, México. Juan Pablo II ya era Papa. Y para los organismos era una oportunidad para hacerle saber lo que pasaba en el país. En Familiares, eligieron a Lita para representarlos.

Antes de salir para México, la cita Julia –una compañera del organismo– y le pide que lleve a un muchacho con ella. Lo que no le dice es que los dos estaban secuestrados en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) y que la patota también viajaría para intentar capturar a la cúpula de Montoneros.

Lita no puede volver al país. Los compañeros la mandan a Europa para evitar que ella también sea secuestrada. Pasa por Francia, Holanda y finalmente llega a Italia. Para vivir tiene que cocinar y planchar. Se acerca al feminismo, entiende la necesidad de las mujeres de decidir sobre sus propios cuerpos y hasta acompaña a una compañera a practicarse un aborto.

En Italia, Lita hace de todo para denunciar los crímenes de la dictadura: es parte del grupo que busca contactarse con el Papa, lleva adelante un ayuno y logra que finalmente Juan Pablo II hable del drama de los desaparecidos en la Argentina.  Conforma también la comisión de familiares de italianos.

El 15 de diciembre de 1983, Lita se tomó un avión desde Italia. Estaba esperanzada con la democracia que acababa de volver. Al día siguiente aterrizó en Buenos Aires. La esperaba su mamá, que durante su exilio había ocupado su lugar en Familiares.

La democracia no le trajo respuestas sobre el destino de sus hijos. Cuando se cumplieron 25 años de la desaparición de Migue, publicó un recordatorio en Página/12. Tenía esperanzas de que alguien viera su cara en el diario y lo recordara de algún centro clandestino.

A Mario Villani, sobreviviente de la dictadura que deambuló por cinco campos de concentración, le preguntó cuánto tiempo pudieron haber estado vivos sus hijos. Con esos retazos iba tratando de reconstruir la historia de su desgarro. «No es que nosotras seamos las grandes madres –le dijo años atrás a Memoria Abierta en un testimonio en el que recordó su búsqueda–. Es que nuestros hijos se lo merecían».

Estuvo hasta sus últimos días en la casa de la calle Mansilla –donde había vivido con sus hijos. Conservaba sus discos. Y tenía sus fotos distribuidas por el departamento. En los últimos meses, había comenzado con cuidados paliativos. En el fin de semana, su salud se complicó con un cuadro respiratorio. Murió en el Hospital Italiano.

La Legislatura porteña la distinguió como ciudadana ilustre. Lita —que se reía de la muerte— bromeaba con sus compañeros que, a partir de ese premio, iba a poder ser velada allí. Eso sí, pedía que la despidieran con un buen tango.

Fuente: Página 12