Murió defendiendo la democracia y la libertad latinoamericana
En un nuevo aniversario de su asesinato, evocamos a un hombre del pueblo, el primer presidente socialista elegido por el voto popular en Latinoamérica, quien en uno de sus primeros discursos dijo que el intervencionismo de Estados Unidos impedía el progreso de América Latina, que cada nación debía tener la libertad de elegir su propio destino, gestionar sus recursos y construir una sociedad basada en sus propios principios, sin imposiciones externas.
Salvador Allende asumió la presidencia de Chile el 3 de noviembre de 1970, hecho histórico al que fue invitado Agustín Tosco.
Como demócrata, defendió la democracia y murió peleando por ella sabiendo que sobrevenían tiempos aciagos si caía la institucionalidad. Y eso sucedió. El 11 de septiembre de 1973, los mismos militares que habían jurado lealtad al presidente y el respeto por la Constitución, ocuparon por la fuerza el país con el apoyo de la Casa Blanca, encabezados por el tristemente célebre Augusto Pinochet, aquel que colaboró con los ingleses durante la Guerra de Malvinas, que suscribió el plan Cóndor de las dictaduras de América del Sur para desaparecer personas y que poco antes, el 23 de agosto de 1973 había sido designado por Allende como comandante en jefe del Ejército.
Hay que recordar que además de la fuerte inversión en educación, salud y cultura, Salvador Allende impulsó una reforma agraria y la estratégica nacionalización del cobre, tocando intereses de terratenientes y el capital extranjero. EEUU, que ya se había retirado derrotado de Vietnam, vio en las medidas de Allende una amenaza, por lo que se enfocó en no perder su influencia en Latinoamérica, que llamaba “su patio trasero”, y financió a través de la CIA una campaña sucia contra el gobierno de Allende, con boicot y desabastecimiento.
En aquel negro 11 de septiembre, Allende se atrincheró en el Palacio de La Moneda (Casa de Gobierno) con la guardia presidencial y un grupo de colaboradores y lanzó un legendario discurso a través de Radio Magallanes, aún no copada por los insurrectos: “Más temprano que tarde se abrirán las alamedas por las que transitará el hombre libre para construir una sociedad mejor”.

Luego, salió a dar batalla con el fusil AK47 que le regaló Fidel Castro y un casco de carabineros que, en lugar de defenderlo, lo abandonaron, mientras el edificio de gobierno ardía por los bombardeos. La orden de Pinochet fue tajante antes del asalto a La Moneda: “Rendición incondicional, nada de parlamentar”.
En esos últimos meses, Allende intuía un desenlace como el que ocurrió y estaba preparado psicológica y moralmente. Tan es así que el propio Fidel Castro afirmó que combatió como un león hasta el último aliento.