QUIENES LUCHAN POR LA EDUCACIÓN PÚBLICA TAMBIÉN EDUCAN

El 29 de julio de 1966, el dictador Juan Carlos Onganía cumplía exactamente un mes de su asunción como presidente de facto tras el golpe al gobierno democrático de Arturo Illia.

Esa fecha fue la elegida para dar un nuevo golpe, esta vez en las universidades públicas que habían alcanzado prestigio por su alto grado académico. Onganía pensaba quedarse más de 20 años en el poder y consciente de que la educación significaba un peligro para su plan, decidió intervenir las universidades. Fue entonces que decenas de estudiantes, docentes y autoridades que defendían la autonomía universitaria, se organizaron para resistir atrincherándose en las aulas de las facultades.

Así comenzó la tristemente célebre “noche de los bastones largos”, que se iba a transformar en otro acontecimiento nefasto de la historia argentina y fatídico para la educación pública, que 58 años después vuelve a ser atacada por un gobierno de estirpe liberal.

El régimen de Onganía respondió con represión en diversas universidades, sobre todo en la de Ciencias Exactas y Naturales y en Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Se ordenó a la policía destruir laboratorios, bibliotecas y materiales valiosos de estudio. Además de la cantidad de heridos por los violentos palazoshubo 400 detenidos entre autoridades universitarias, docentes, alumnos y graduados. Muchos de ellos fueron golpeados con bastones mientras los hacían circular en una doble fila integrada por soldados. Varios recibieron fuertes impactos en la cabeza que le ocasionaron cortes importantes.

Aquella aventura represiva tuvo un elevado costo para el país en materia educativa y científica. Hubo despidos, renuncias y persecución de cientos de los mejores docentes y autoridades de las universidades argentinas. Unos 700 profesionales se marcharon al exterior para continuar sus carreras, que tuvo como consecuencia un estancamiento del proyecto de desarrollo de la educación, la ciencia y la investigación en la Argentina, siendo considerado la mayor «fuga de cerebros» en la historia del país.

No obstante, frente a cada estocada la educación pública vuelve a resurgir como el fénix para recuperarse y seguir demostrando su calidad que le han hecho reconocida en el continente.